7.08.2011

Naturales entendimientos


Esta reflexión se realizó dentro del marco del seminario “Contextos de la arquitectura” con la intención de organizar comprensión de lo que la naturaleza es, y como se relaciona esta con la ciudad y la arquitectura. Esto que publico es una revisión de ello, en la que pretendo comunicar las conclusiones que obtuve en esa ocasión, aderezándolas un poco con algunas otras palabras. Tal como en esa ocasión, quiero comenzar con una cita de Nietzsche, de su libro La Gaya Ciencia:

“El nombre, la reputación y el aspecto de la cosa, todo lo que es creído y transmitido de generación en generación progresivamente se apegan a la cosa, se abre camino en ella como una cuña, hasta por fin volverse y convertirse en la sustancia misma… Basta así con crear nuevos nombres, evaluaciones o signos para crear a la larga, nuevas cosas.”

Este aforismo de Nietzsche resulta muy próximo y sugerente a como se han ido construyendo mis entendimientos no solamente de lo que es la naturaleza, sino también muchas otras ideas que se adquieren sobre diversas cosas, como por ejemplo, la arquitectura.

Al empezar a construir el argumento sobre lo que comprendía de inicio, así sin indagar, por lo natural, pensaba que esto se refería a una propiedad exclusiva a los fenómenos físicos, independientes a la voluntad humana, vaya, que excluía la intervención del ser humano. Bajo esta concepción, la naturaleza incluye a los seres vivos y a la materia inerte en su estado originario. Por el contrario, todo aquello transformado o manipulado por el homo sapiens, lo caracterizaba como lo artificial. Una suerte de dicotomía entre objetos naturales y artificiales.

Tal y como Nietzsche sugiere, esto que les describo se configura como la reputación y el aspecto de la naturaleza y lo artificial, transmitido de generación en generación hasta que se volvió, a través de esa comunicación, en la nueva cosa con la que identificamos la naturaleza. Y como ya se ha expuesto, esta ideación de naturaleza es excluyente del humano mismo, apartándolo a él y a todas sus acciones y creaciones, de lo que se piensa es la naturaleza.

Ahora en un sentido más amplio, pienso que lo natural se refiere propiamente a una condición. Es una propiedad inherente de cualquier elemento, lo que lo hace ser lo que es. Y por lo tanto, parece ser un entendimiento general que tiende a modificarse progresivamente, adaptándose a nuevos intérpretes. Las nuevas propiedades serán a su vez la nueva naturaleza, sólo que en un nuevo orden, que requiere, o más bien es producida también, por nuevos sujetos que la significan y la interpretan.

Abordado de este modo, no se puede tener una comprensión universal de la naturaleza. Y entendida así, parece estar presente e intacta tanto en la urbe como como en el bosque. Sólo que estas reflejan una naturaleza de distinta índole.

Un análisis semejante se puede realizar con la idea que popularmente se tiene por ciudad. Y aunque los entendimientos sobre lo que es una ciudad pueden ser igualmente diversos, creo que es posible comunicar lo que comúnmente se entiende por ciudad. Esta se ha concebido desde “un conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas”, o en otras palabras, es lo urbano en oposición a lo rural.

Realizando una simple búsqueda en internet que incluya las palabras Ciudad de México, aparecen postales representativas de la misma, relativas a edificios y lugares considerados históricos o relevantes. Esto puede ejemplificar que la construcción de esa idea de ciudad se encuentra fundada en la en la percepción individual, que es siempre parcial. Construimos la referencia a una ciudad específica en base a postales, que por lo general no son homogéneas, y que se encuentran determinadas por la manera en que se les mira.

Tal vez esto guarde cierta relación la existencia de esas postales que se comercializan, que sirven para que el turista sepa que visitar o que mirar, o incluso como mirarlo. Pero en la ciudad recorrida cotidianamente priva otra manera de mirar, algo más inconsciente y ligada al movimiento, al “a donde me dirijo”.

Bajo este argumento, puedo decir que existen distintas maneras de percepción visual, ligadas a una subjetividad precisa y delimitada. No es la misma manera en que observa el sujeto que va en papel de turista, que el que transita por ese mismo lugar todos los días.

Entonces, al igual que el entendimiento de la naturaleza, la idea de ciudad no puede ser abordada de manera universal ni colectiva. Aunque si es posible delimitar sus fronteras, que por lo común se ciñen a un contexto edificado.

Esto me lleva finalmente a preguntarme: ¿a qué me refiero al utilizar el término arquitectura? Con el riesgo de parecer reduccionista, pero para fines prácticos de este escrito, puedo decir que comúnmente es utilizado para aludir al objeto que es edificado, vaya, que es construido, dejando de lado el modo en que este fue proyectado y/o producido.

Entendida así esta tríada de términos, es posible preguntarse cuál es la naturaleza de la ciudad o de la arquitectura. Preguntas que no eran la justificación inicial de esta reflexión, pero que su carácter dubitativo atrae ciertamente la atención hacia ellos.

Tratando de organizar estos argumentos, es posible entonces referirse al humano, como un ser viviente que requiere en sus asentamientos, llámese ciudades, elementos “naturales” (no producidos por él) que le permitan sobrevivir: agua, oxígeno en el aire, por mencionar algunos. Estos, están presentes obviamente en las ciudades, sólo que a diferencia de otros ambientes, en la urbe se busca controlarlos, ya sea para fines funcionales o estéticos.

Por eso se considera la libertad del cauce de un río como su condición natural y el entubarlo es ir en contra de ella. Entubado, aunque tenga todas las demás características de un río, pierde su natural libertad. Ya no es un río.

Lo mismo sucede con la vegetación, aunque al parecer en un menor grado, ya que nunca pierde tajantemente esa condición de libertad que le es natural. Simplemente se le coarta de vez en cuando, se le corrige, al podarla y darle una forma significante para nosotros los humanos.

Esto parece sugerirme que el entendimiento humano sobre lo que es natural no debe ser algo estático. Se debe acoplar, adaptarse a nuevas condiciones. Y esta adaptación parece producirse con mayor celeridad en las ciudades. Es natural ya en la ciudad el río entubado, la topiaria y la torre metálica. Basta con que transcurra el tiempo para que nuestra cultura moldee personajes que lo único que conozcan sea ese río entubado y esa vegetación geométrica.

Aunque esto no quiere decir que esta sea el curso que debieran tomar las cosas. Es sólo la dirección, que de acuerdo a las condiciones presentes, parecen tomar las condicionantes ambientales de nuestras ciudades. Y para ser posible comprender ese rumbo, es necesario aceptar esta nueva naturaleza. Y no simplemente querer devolverle un estado previo, o la búsqueda del paraíso perdido, por así decirlo.

Entonces, ¿cree usted que en sólo una de las fotografías presentadas hay naturaleza, o simplemente son dos naturalezas distintas?





1 comentario:

Anónimo dijo...

Otra de las cuestiones que detona mi posición al enfrentar este texto, es en relación a la que formulas sobre la naturaleza de "la ciudad" o de "la arquitectura", aceptando esa reducción conceptual para efectos de comunicación básica, y me que deriva en: ¿cuál sería la dimensión ontológica y cuál la teleológica del hábitat humano, al menos, en el trabajo para explicar de una manera su inscripción en el ambiente del que somos parte?
Pregunta que desde la labstracción podría requierir de otra serie para responder ese foco y sencillo objto de estudio, tal vez, desde un punto de visto que considere los productos de divulgación de varias disciplinas (y sujetos), no necesaria ni forzosamente trans-multi-poli-inter-mega o wannabe disciplinarios.