5.02.2012

El sentido de lo arquitectónico


Este documento se constituye como una aproximación al forjado de un argumento propio, sobre lo que pienso se establecen como los elementos básicos para construir un entendimiento sobre el sentido de lo arquitectónico.

De inicio habría que contemplar la condición que se genera por la unión de estos conceptos polisémicos, y que deriva en la generación de otra polisemia de distinta naturaleza. De este hecho, se originaron dos cuestiones sobre las cuales fundamento el presente documento, y que contemplan en primera instancia, el tema de la adjetivación de la acción, y en segunda instancia, el tema de la finalidad productiva.

El sentido como la razón de (o ¿por qué lo haces para lo que lo haces?)

El término sentido, evoca dirección, trayectoria dirigida o incluso percepción. Pero, en la búsqueda de encontrarle “el sentido” a la profesión que ejercemos, y a su producto, se lo aplicamos a ese otro “arqui-sustantivo”, disfrazado de “arqui-adjetivo”; pero, ¿en qué lo convertimos?

Las respuestas a esta pregunta pueden ser múltiples, pero se acotan si se acepta que “lo arquitectónico”, es relativo a la arquitectura, y que este último lo utilizamos para referirnos a aquello que es construido o edificado, con la pretensión de ser habitable por el ser humano.

Este hecho nos impide otorgarle características humanas a esa “arquitectura” que es producción de lo humano; por lo que lo arquitectónico no puede expresar sentimientos y no puede “sentirse”, por aquello de que lo arquitectónico “se moleste con facilidad” y nos “grite”.

Pero en cambio, si es posible percibirlo, recibir una sensación y estímulo a través de los sentidos, de eso que se considere lo arquitectónico; puede ser el modo particular de entenderlo, y el juicio que se hace sobre ello; o su razón de ser, su “finalidad”, que se relacionaría con la búsqueda de su trayectoria, de su dirección.

Sentido de lo arquitectónico, indicaría entonces, la razón de ser, de aquello que se considera como tal. Esto, más allá de otorgar certezas, plantea una serie de cuestiones.

Reflexiones sobre la adjetivación (o, “a mí me dijeron que califique a la diestra siniestra y a la siniestra diestra”)

Sentido arquitectónico no es lo mismo que sentido de lo arquitectónico. Y es necesario plantear este afirmación, para poder reflexionar sobre la relación de estos términos, y lo que finalmente significan, y pretendo que signifiquen.

Arquitectónico, es un adjetivo que se origina del sustantivo arquitectura y que se utiliza para calificar algo, generalmente objetos edificados, como pertenecientes o relativos a ella misma. Hasta aquí, todo bien, es necesaria una palabra que signifique el resultado de una producción como la de la arquitectura (sino, ¿como nos medio entendemos?); por lo tanto se habla de la producción de lo arquitectónico y no de la producción de la arquitectura. Es lo específico de la generalidad.

Pero como en todo uso de adjetivos, también existen otros, que difieren de esta caracterización, y que tienden a la explotación mediática del término, con finalidades que se alejan a las de su conocimiento. Se utiliza para legitimar, indicar como lo correcto o separar con intenciones clasistas, cualquier cosa que se pretenda calificar.

Así, se calificará como arquitectónico, todo lo referente a este campo productivo y que se pretenda vender como “la ley”, “lo último”, lo “más eficiente” o “la práctica verdadera”, “lo más antiguo”, lo “más digno”, lo “más bello”, en la búsqueda de status económico y académico.

De esta disyuntiva, surgen asociaciones, algunas tal vez necesarias para la comunicación, como “diseño arquitectónico”, que se utiliza para identificar un tipo específico de producción del diseño, para indicar que estos objetos son prefigurados de manera distinta a otros, como los gráficos o los industriales.
Pero existen otras expresiones, que ejemplifican el uso tendencioso del adjetivo: "estudio arquitectónico", con la pretensión de indicar que ese estudio tiene mayor validez o veracidad, o que el método utilizado, en algo se fundamenta en la condición de arquitectónico.

Con la misma intención pero en el plano material, expresiones son utilizadas para otorgar la condición de arquitectónico, al menos en expresión lingüística, y destacar algunos objetos o productos de otros similares, con la pretensión de legitimar y propiciar su consumo. Leyendas como, “casa arquitetónica” y “ciudad arquitectónica”, son prueba de una práctica común en el uso del lenguaje dentro del contexto de la sociedad de consumo.

Este mismo documento sería proclive a caer en la misma significación si se hablara de un “sentido arquitectónico”, en referencia a la existencia de un razón de ser puramente de la arquitectura, como originada por un estado homogéneo e inmutable, y con una dirección unívoca.

Mientras que “sentido de lo arquitectónico”, por su carácter específico, nos refiere a lo tangible, a las razones de ser de la cosa que hemos caracterizado como arquitectónica, y que tendrá un sentido que le es propio.

El sentido sin sentido (o yo lo que hago es jugar sabia, correcta y magníficamente con los volúmenes bajo la luz)

El hecho de que la producción de la arquitectura no haya sido considerada de la misma manera a lo largo de su historia, cobra vital importancia para conocer sobre su razón de ser en nuestro marco temporal:

...el arquitecto será aquel que con un método y un procedimiento determinados y dignos de admiración haya estudiado el modo de proyectar en teoría y también de llevar a cabo en la práctica cualquier obra que, a partir del desplazamiento de los pesos y la unión y el ensamble de los cuerpos, se adecue, de una forma hermosísima, a las necesidades más propias de los seres humanos”. 1

Esta definición de la labor del arquitecto, de Leon Battista Alberti, elaborada alrededor del año 1452, no dista mucho de lo que algunos arquitectos piensan sobre su labor hoy en día.

En ella, el autor nos propone una definición universal, refiriéndose a la producción general de lo arquitectónico; es decir, para que el producto del hacer sea arquitectónico, habría (o hay) que hacerlo como Alberti nos sugiere.

Y en ese sentido, no podemos cuestionarlo; eso era lo arquitectónico en su época: la obra donde el arquitecto mostraba su “gracia”, con el conocimiento de como ensamblar los materiales, adecuarlos de forma “hermosísima” a las necesidades “propias” de aquel entonces de la especie humana.

Pero incluso en ese contexto renacentista, no todo lo que era construido por y para los habitantes, fuera o no agente promotor un arquitecto, era considerado arquitectónico. Esta definición de arquitectura tiene una intención de discriminación de lo que se produce, con la intención de acotar la profesión. Parafraseando a Amos Rapoport, antropólogo y arquitecto polaco, eso que estamos acostumbrados a nombrar como historia y teoría de la arquitectura, evoca sus esfuerzos al estudio de monumentos, dejando de lado el contexto construido a su alrededor.

Es por esta razón que parece existir una separación entre la producción que propiamente se considera arquitectónica, aquella monumental y realizada comúnmente por “archistars”, y la producción general, la del ejército de arquitectos mortales (sean o no formados como tales), y aunque la producción de monumentos represente una ínfima e insignificante parte de la actividad constructora de cualquier época.

Pero, entonces, ¿realmente hay un sentido que trasciende en algunas edificaciones y en otras no? Un ejemplo, podría ser la casa Farnsworth, del idolatrado Mies Van der Rohe, la cual incluso ya cuenta con su propio juguete de colección; aunque podríamos recordar las quejas de su habitante, la señora Farnsworth, ante la imposibilidad de tener un mínimo de privacidad visual (aunque nadie la estuviera observando en "realidad").

Por el contrario, contemporáneo a Mies pero con menos fortuna, otro arquitecto, Don Erickson, conocido más por ser aprendiz de otra “vaca sagrada” (Frank Lloyd Wright) que por su producción en sí, proyectó, también en las cercanías de Chicago y en la década de los 50’s, su propia residencia, que hoy en día se encuentra en venta e incluso con una “jugosa” rebaja, en lugar de ser museo de visita obligada a todo aquel que goce de las producciones “más” arquitectónicas de la historia, como aquella otra ya mencionada.

Y si en cambio, esto lo comparamos con otro tipo de producción de objetos para habitación de la misma época y región, menos “hermosos”, “limpios”, “concienzudos” o “cuidados” en su forma y calidad material; producidos incluso de manera seriada o única, planificada por agentes que sean o no arquitectos, pasarán totalmente inadvertidas, o máximo, gozarán, recuperadas por alguna nostalgia cincuentera, una moda pasajera en nuestros tiempos "posmodernos".

Esta última manera de producir las viviendas, responde de principio y tomando como de mayor importancia, las condicionantes económicas, mientras que los autores de las primeras, toman como principio sus premisas estéticas, tomando las económicas o de uso, como secundarias.

Bajo los lineamientos de Alberti, alguno de los tres ejemplos pudiera no ser hermosísimo. También alguno pudiera no haber cumplido con las necesidades más propias de los seres humanos, como la de privacidad. Pudieran incluso no estar bien ensambladas, y ser propensas al desgaste prematuro. De ser así, dudosamente alguno de estos tres objetos sería arquitectónico.

Pero ese no es el caso.

Lo que aquí se quiere plantear, es que, como se ha comprobado a lo largo de la historia, difícilmente se pueden llegar a acuerdos sobre lo que debe ser lo arquitectónico o sobre cual es su sentido.

Esto es constatable en las múltiples definiciones sobre lo que es arquitectura, en donde han querido imponer su palabra arquitectos de renombre como los Albertis, los Le-Ducs, los Ruskins, los Lecorbus y demás personajes, pero que difícilmente se ha llegado a un acuerdo generalizado y duradero, producto tal vez del carácter temporal, perecedero e individual del proceso de producción de lo arquitectónico.

Por ello, se tienen un cúmulo de experimentaciones, de hipótesis sobre un mismo hecho, y dentro de ellas, se ponderan más algunas condicionantes que otras.

Como en los dos primeros ejemplos, el sentido de lo arquitectónico se funda en la asimilación de una teoría sobre la producción de lo arquitectónico: el modernismo. En cambio, y como una respuesta a la demanda específica de un modo de organización social, las segundas promueven la optimización de recursos y el bajo costo para cubrir, y sacar el provecho económico pertinente de los productores, de un sector de la población.

Pero las tres producciones, con mayor o menor fama, simpatía por parte de sus habitantes o menor calidad material, tienen un sentido.

Encontrarle sentido al sentido

El hecho de que no exista una única teoría de la arquitectura (o del diseño de lo arquitectónico), es un síntoma que expone las características de la producción, y que legitima la afirmación de que no existe un sentido exclusivamente arquitectónico. Es por eso, que se puede afirmar, que cada objeto producido para la habitación humana, es arquitectónico. {habría que cuestionarse ampliamente si el habitar es el sentido de lo arquitectónico, ya que este se escapa de las posibilidades de la profesión: el habitar es una condición que se ejecuta exclusivamente en la interacción humano-objeto, hecho que no se da hasta que el habitante habita el objeto}

Y la existencia de un sentido “de lo arquitectónico”, se funda en la individualidad de cada producción.
Tal vez esto no fue siempre argumento válido, y en épocas como la renacentista, de nuestro amigo Alberti, la acotada producción de lo arquitectónico, dirigida exclusivamente a los monumentos, podría contemplar una definición unívoca como la que expone en su tratado.

Eso era posible, en mayor o menor medida, por la existencia de una difusión pareja del conocimiento: cualquiera podía, con su limitantes obvias, edificarse una vivienda por sus propios conocimientos y medios productivos.

En cambio, el hecho de que pertenezcamos a un contexto social donde el conocimiento se otorga de manera especializada, y la división en clases sociales impide que todos puedan tener acceso a la misma cantidad de conocimiento, generó, que la labor del arquitecto, ya no se centrara exclusivamente en los monumentos o edificaciones de gran magnitud.

Esto, unido al hecho de que no todos los individuos tiene un conocimiento general sobre como proyectar o construir, provoca que el arquitecto participe de producciones que distan mucho de contemplar finalidades mayoritariamente estéticas.

Lo que pretendo argumentar con esta reflexión, es que además de haber cambiado el sentido de lo arquitectónico, (de lo limitado que era su campo productivo en tiempos pasados y con dirección a una masificación de la participación del ejercicio de los arquitectos, ha llevado, entre otros casos, a producciones deleznables en muchos sentidos), este no puede justificarse como una generalidad; el mismo proceso productivo no es aplicable a todos los casos.

Por lo tanto, la casa Farnsworth, producto de su proceso productivo único, es tan arquitectónica como las casas de los suburbios, o incluso menos, si la evaluamos desde la satisfacción que cada una otorga a sus habitantes, y que conste que ambas no satisfacen a sus usuarios, pero sólo una de ellas fue abandonada y repudiada por su habitante.

En otras palabras, la condición de arquitectónico no esta a discusión, por que lo que se produce es originado por un requerimiento cultural y no por una propuesta individual. Por lo tanto, es arquitectónico todo aquello que se edifique; el nivel de satisfacción, afiliaciones políticas, condiciones éticas o morales son indiferentes a su producción. Lo arquitectónico se produce o no. No es una condición que se le impregne al objeto mediante un proceso.

Entonces, el sentido de lo arquitectónico se funda en la individualidad de ese proceso. Cada producción se origina por condicionantes particulares, y que requieren de aproximaciones completamente distintas; estas pueden ser válidas en algunos contextos, pero totalmente carentes de sentido en otros.

Por eso, mientras en producciones como las de Casas Geo o Ara (criticables en muchos sentidos), donde el proceso en el que participan arquitectos, es incomprensible, reprobable y vomitivo para otros arquitectos, militantes de algunas tendencias productivas, por que “carece de sentido participativo”, cuando lo que sucede es que responde a condicionantes distintas, que se establecen como su razón de ser.

Es decir, lo arquitectónico no puede condicionar su propio sentido por sí mismo, por que este se lo otorgan las condicionantes productivas que lo originan. Sí lo que el medio cultural exige de la producción es una economía y optimización de sí misma, la producción no puede más que someterse a esa exigencia, por que ese es su sentido.

Es por eso que los arquitectos, como agentes productivos, no pueden cuestionar sus condicionantes culturales, ya que al fin y al cabo, son estas las que los generaron en principio. Si existen escenarios donde el arquitecto parece tener total control de lo que produce, finalmente es por que el contexto así se lo permite, o incluso, se lo exige.

A lo que si tiene derecho el arquitecto, es a elegir si participa o no de una producción específica.

Finalmente, hay mucho campo de expansión económica en el mundo de los taxis y los puestos de fritangas.

1 Alberti, Leon Battista. De re Aedificatoria. Ed. Akal. 1991

Bibliografía


Alberti, Leon Battista. De re Aedificatoria. Ed. Akal. 1991.


García Olvera, Héctor. De los primarios entendimientos del habitar, de la espacialidad habitable y el diseño arquitectónico. Julio 2010. Seminario de apoyo a la docencia. Fac. Arq. UNAM.


Rapoport, Amos. Vivienda y cultura. Trad. Conchita Diez de Espada. Ed. Gustavo Gili. 1972

No hay comentarios: